Los celtas tenían la creencia de que los ciclos del mundo de la naturaleza y de los cuerpos celestes contaban con un significado relevante, ejerciendo un efecto importantísimo sobre las personas. Para los celtas, el año se dividía en dos partes: la primera parte estaba formada por las tinieblas y la segunda parte estaba formada por la luz, esta división simbolizaba también el ciclo vital de las personas sobre la muerte, la renovación, el renacimiento y el crecimiento. El año celta no empezaba como el nuestro en el 1 de Enero, sino que empezaba cuando se iniciaba la época de tinieblas, el 31 de octubre.
Las cuatro estaciones estaban presentes en la tradición y el año celta y cada una de estas estaciones tenían una celebración específica en la que se reflejaba de una manera u otra las características de cada una de las estaciones del año: el Yule celebraba el letargo de invierno, el Eostre se realizaba para la primavera, el Litha para la llegada del verano y Halig para incentivar la cosecha y la fertilidad del otoño.
Muchas de las fechas clave del calendario celta fueron asimiladas para el calendario cristiano, el Eostre, por ejemplo es la Pascua y el Yule fue convertido en la Navidad, el Samhain también fue sustituido por la fiesta de todos los Santos y Halloween.
El año celta estaba en contacto con los ciclos de la naturaleza y es eso lo que lo hacía tan especial, Hoy en día, a la gente que vive en grandes ciudades, le cuesta ponerse en contacto con este tipo de filosofías New Age que creen en la importancia de sentirse arraigado con su entorno. Para los celtas, el año celta no sólo simbolizaba el cambio de estación, sino que era un periodo espiritual muy potente en el que podían llevar a cabo sus prácticas mágicas.